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Novedades y temas de carácter sexual atinentes a cuestiones que se plantean y analizan en el Uruguay
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Las vacaciones del amante, ¿el fin de la infidelidad?
Los actos que refuerzan la pareja oficial o
la familia del otro impactan negativamente en los amantes. Es como un “baldazo
frío” que cae sin compasión. ¿Qué hacer para evitar la angustia?
Dr. Walter Ghedin
El fin de año, el tiempo ocioso y las
vacaciones suelen traer algunos problemas a los infieles. El engaño amoroso
requiere de un estado de alerta como toda situación que resulta amenazante (y
gozosa, al mismo tiempo), a menos que las partes en juego mantengan la relación
bajo los límites estrictos de la privacidad. Sin embargo, los pactos entre los
amantes pueden ser transgredidos a la hora de tener que “soportar” que su
querido o querida disfrute de las Fiestas o se tome vacaciones con su familia.
Cada acto concreto del otro que refuerce la
alianza con la pareja “oficial” suele ser vivido con angustia, frustración, o
un profundo despecho. A pesar de que la razón da explicaciones válidas (“ya sé
que no va a abandonar a su familia”, “tengo que entender que él tiene su vida y
yo la mía”, etc.) la demanda de exclusividad aparece en el campo de la
conciencia generando malestar.
Aquellos/as que se jactaban de “tener las
cosas claras” comienzan a pedir más atención, a veces con pudor, otras con
inusitada audacia. Abundan las llamadas, los mensajes de texto, las e-mails,
tanto que aumenta el riesgo de que la verdad salga a la luz.
El fugaz retorno de la realidad
Las múltiples actividades durante el año
permiten que los amantes regulen la cantidad de encuentros, aún cuando la
relación asuma las características de una “doble vida”. En el mejor escenario,
los actores en juego deben aceptar las reglas que impone la condición de ser
amantes: no exclusividad, no dependencia, no demandas, desarrollo autónomo de
los proyectos personales, etc.
Todas estas condiciones están implícitas en
las relaciones de infidelidad que perduran en el tiempo. Se juegan emociones
más intensas que en aquellas limitadas sólo a encuentros sexuales.
La ambivalencia sostiene la relación de los
amantes. Por un lado, se juega la realidad tal cual es y, por el otro, la
esperanza de que en algún momento la relación oculta se concretice, o bien se
corte de una vez y termine con la ambigüedad.
Pasar las Fiestas e irse de vacaciones con la
pareja o en familia disparan en el amante demandas que rompen con el acuerdo de
no invadir la “vida personal”. Y aunque se sepa que esto es posible, parte de
una realidad general, la razón y el intento de reprimir las emociones son
insuficientes para frenar las conductas reactivas.
El lugar del amante
Tener un amante requiere de un estado de
alerta especial para disimular la presencia de un tercero, además de no dar
señales emocionales de que “algo raro anda pasando”. El otro componente que se
suma es la culpa. Algunas personas se sienten muy mal por la conducta infiel y
otros se preguntan por qué no sienten tal malestar. En algún punto ambas
conductas se conectan: la valoración personal.
El lugar del amante está desprovisto de la
cotidianidad. Se constituye como un lugar de fantasía, goce, y escaso
compromiso. Cuando se pierden esas condiciones sobrevienen las decepciones y la
culpa afila sus garras.
Consejos para salir del lugar del amante o
sobrevivir con menos culpa
* Dejar de creer que el amante es fuente casi
exclusiva de estima.
* Incrementar la confianza personal.
* Tratar de resolver las inseguridades de
base: sentimientos de inferioridad, desmedro de capacidades propias, búsqueda
de dependencia afectiva, poca valoración del cuerpo, entre otras.
* Animarse a tener una comunicación franca
con la pareja. Expresar las insatisfacciones, reformular el contrato vincular,
plantear las diferencias y acuerdos respecto al sexo, etc.
* Generar proyectos personales para obtener
otras fuentes de estima.
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