Seguí
detenidamente la discusión parlamentaria sobre el proyecto de ley de matrimonio
igualitario y quedé, sinceramente lo digo, profundamente molesto y
desconcertado.
Creo
que aquí hay una distorsión a dos puntas. En primer lugar una cuestión de
palabras y en segundo término una cuestión de fondo.
Los
defensores del matrimonio igualitario, proyecto que al final fue aprobado en el
Senado de la República, mezclan en su argumentación las dos cuestiones como si
fueran la misma cosa, en una inconsistencia argumental que realmente aterra.
Matrimonio en latín quiere decir matrixmonio,
que significa en buen romance, matrix, madre, monio, defensa, esto es, defensa
de la madre. Para los latinos el matrimonio no comienza con el casamiento, sino
en el momento en que la mujer tiene hijos. Es un instituto para defender a la
madre, para que no quede sola con los hijos.
Más
allá de eso, la palabra matrimonio, tal como la concebimos significa una cosa
muy concreta en términos generales. No es una mera cuestión de palabra. Una
mesa se llama mesa y no violín, por algo, decirle violín a una mesa, es atentar
desde una cuestión de palabra contra la cuestión de hecho de lo que es una
mesa.
Junto
a esto está el tema de fondo. Nadie está en contra de las uniones libres, cada
cual puede unirse con quien quiera y nadie puede evitarlo, lo que se cuestiona
y es lo que los defensores del matrimonio igualitario no quieren y no les
conviene entender es el hecho de llamarle a eso matrimonio. No es matrimonio,
como no lo es el concubinato, aunque sea legítimo vivir de esa forma.
Se
pretende creo yo invertir las cosas, perdiendo de vista que si las relaciones
entre el mismo género tuvieran la misma equiparación conceptual que las
relaciones heterosexuales, ellos no estarían aquí con vida.
A
todo esto se le agrega la cuestión de la adopción de los hijos y el tema de los
apellidos en una solución realmente lamentable que va a generar chicos con
problemas de relación. Nada indica que lo que les parece bien a estos “padres”
andando por la vida, tenga que resultarles cómodo a los “hijos”.
Ya
los jueces han dicho que la ley tiene inconsistencias jurídicas que la vuelve
impracticable.
Lo
peor que puede pasarle a una ley, no es que sea mala, una mala ley pero que se
aplica, es una buena ley. Lo peor que puede sucederle a una ley es que no se
aplique y sea simple letra muerta. En eso, al parecer no han reparado.
No
se legisla a golpe de balde, cambiando de caballo en la correntada, se legisla
de acuerdo a doctrina y este proyecto altera incluso el mismo Código Civil.
Creo,
sinceramente lo digo y estoy pensando desde un punto de vista liberal, que esto
se enmarca en toda una tendencia que se ha venido profundizando en los últimos
años, que consiste en hacer sentir mal y molesto al hombre y la mujer
heterosexual, como si hubiera que arrepentirse de algo, por el hecho de desear
exclusivamente a un miembro del sexo opuesto y lo normal, lo aceptado, lo
correcto fuera la inversión del instinto y el afecto.
Nadie
discute la libertad ajena, puesto que el Estado no es quien para meterse en el
colchón de los demás, lo que se cuestiona aquí es el despropósito de poner en
un pie de igualdad al heterosexual con el homosexual, como si nacer por
fecundación artificial fuera lo mismo que nacer en un acto de amor natural.
Siento
que los que somos heterosexuales estamos viviendo una discriminación, cuando es
falso que se le esté negando la libertad a las opciones sexuales diferentes.
Nadie está contra la unión libre, porque aun estándolo no la puede evitar, lo
que se cuestiona es la distorsión de la palabra matrimonio y por ende de su
esencia más profunda.